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El juego de la literatura 4 3 2 1

Foto del escritor: Belen PalermoBelen Palermo

Actualizado: 14 mar

Al verdadero escritor le gusta empalagar, pero también ser odiado. Una cuota de ego arrastrado, pedante, y otra de masoquismo de la vieja escuela. Porque el que tiene la capacidad de expresar, quiere sopesar todos los lados de la moneda. Y su nutrición justamente se basa en esa laceración de los opuestos.


Un dardo que cae en el objetivo, pleno, quizá inconsciente, cada vez que leo a Paul Auster. Con su contraposición de frases sencillas y vocablo accesible y a la vez el aturdimiento de los acontecimientos pesados y el léxico imprevisto. Una cosa que te deja en jaque y que te obliga a parar, recapitular y "buscarlo", así como afirma el personaje principal de este libro. El que quiera interesarse, tiene que sumergirse y correr el riesgo. Dar la pausa y estar dispuesto a expandirse.


Hay tantos sinónimos que se me vienen a la cabeza si tengo que hablar de la prosa del autor que ninguno le calza a la totalidad. Porque él, como todos, se constituye de parcialidades, recortes, historias, vidas, altas, bajas, emociones encubiertas o exacerbadas, de mesetas antecesoras de la revolución.


Siempre danzo por el desenlace, convenciéndome qué sé el siguiente paso, y de repente, me pierdo en un laberinto, primero de ideas y después de resoluciones. Es que existen relatos tan maravillosos, tan difíciles de alcanzar, que solo queda sentirlos, de manera personal. Aunque implique negociar informaciones, datos duros, nombres de autores, deportistas, políticos y movimientos revolucionarios de una cultura que me resultan totalmente externa (como lo es la norteamericana). Sin embargo, acepto que para entender el todo, necesito el contexto y la propia historia de Auster. Porque uno siempre escribe de lo que sabe, y detrás de cada palabra, hay un vestigio de todo su saber y sentir.


¿Qué decir a nivel sinóptico sin caer en el famoso spoiler-alert? Que nos encontramos ante un rompecabezas nunca antes visto, un nuevo matrix de lectura que invita a la incomodidad, al verdadero "preciso volver atrás". La mayúscula del compromiso con la lectura. Creo que, en algún punto, es ese tipo de obra que no "quiere tomarse a la ligera" y lo da a entender. Y lo particular es que, al momento de tenerlo entre mis manos, casi en la mitad de la totalidad, me enteré del fallecimiento del autor. Frente a la última joya y el último aliento. Resignificando una vez más mi aventura entre esas páginas. Todo amplificado por el contexto y la realidad, la cruda, que sólo es un borrador.


Cuatro paralelismos qué nos hablan del famoso "qué hubiese pasado sí" y no sólo de las propias decisiones, sino de generaciones que hicieron quienes somos hoy. El abuelo que emigró, el rumbo que tomó, la constitución de la familia, el árbol genealógico (a veces volando en pedazos) y los plazos que tenemos entre la primera letra y el inminente, e inesperado, punto final. Todo lo que hay en el medio o el "verdadero sentido", el viaje, el proceso, los amores, las rupturas, las perdidas, los logros, los fracasos, las luchas, las decepciones y demás. 4 3 2 1 es la grosera suma de todo, extensa, agotadora, que sinceramente te hace dar parates abruptos por la cantidad de información. Una conexión sincera, estimo, sin obligación, que te permite decirle "por hoy es suficiente" cuando el cerebro queda palpitando. Así como, también, la vorágine de querer saber más, ansias de resolución y palabra.


Remarco que, un libro que puede hacerte transportar por varios estados de ánimos, es digno de ser recomendado, quizá una y otra vez. A mi Auster nunca me defraudó, incluso con sus vicios y estelas contrariadas. Un genio de la creación y de los mundos dentro de otros mundos, para todos estos terrícolas qué anhelamos, profundamente, despegar más de una vez.

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